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En Primera Persona: Cristina Morán (1930 – 2023), siete décadas de vida compartida, casi día a día, con los uruguayos

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Foto: Armando Sartorotti

// Por Emiliano Cotelo

El viernes pasado de mañana falleció Cristina Morán.

Las primeras noticias que comenzaron a circular a media mañana provocaron desconcierto entre la gente. Leíamos el celular y levantábamos la mirada, extrañados: nos sorprendía que hubiera muerto, pese que todos sabíamos que tenía más de 90 años.

Creíamos que era eterna, algo similar a lo que ocurrió con las partidas de China Zorrilla o Carlos Páez Vilaró, todos ellos figuras muy destacadas de la cultura nacional que no dividían sino que, por el contrario, nos unían.

Pero el caso de Cristina tenía algunos rasgos particulares.

Últimamente era una especie de abuela o de madre de todos nosotros. Y eso seguramente tenía que ver con su peripecia en dos medios de comunicación de gran penetración popular.

A lo largo de siete décadas varias generaciones de uruguayos convivieron con ella, la locutora, la maestra de ceremonias, la periodista, la enviada especial, la entrevistadora de grandes personajes, la actríz, la comediante, la conductora de programas… Cristina formaba parte de nuestros hogares con toda naturalidad, casi día a día, al principio hablando desde la radio, con esa magia que tiene la radio que la convierte en la banda sonora de nuestras vidas, y después desde la televisión, que, con toda la potencia de la imagen, la instaló en el living de nuestras casas, con tantos espacios y contenidos dedicados a un público amplio, familiar.

Y cuando se retiró de los medios, de todos modos no desapareció de nuestro radar. Ella siempre estaba: en entrevistas, en obras de teatro, en películas, en avisos comerciales, en columnas que escribía en la prensa. Y así se fue consolidando como un gran símbolo de lo uruguayo (diría, de lo mejor de los uruguayos): por su historia personal, sacrificada pero exitosa; por su carrera, que desarrolló con audacia y espíritu transgresor; por lo que hacía y por lo que decía…

En sus apariciones públicas de los últimos años era como la voz de la sensatez. Sin grandes fundamentaciones intelectuales, descargaba sus sentencias breves y contundentes, condimentadas con anécdotas y simpatía, y cuando lo necesitaba también sabía aparecer severa, apoyándose en su gestualidad tan efectiva, sus ojos grandes y claros, y sobre todo su voz, estupenda, inconfundible, capaz de bajar cómodamente a los graves cuando quería subrayar algo trascendente. Esa voz que fue el origen de todo, en 1947, cuando con 17 años de edad decidió dejar su puesto de empleada en una tienda para presentarse a un concurso en Radio Carve, donde dejaría su huella imborrable para, nueve años más tarde, en 1956, convertirse en la primera mujer que se enfrentó a una cámara en la televisión uruguaya.

Este viernes, cuando se conoció su partida, muchos uruguayos fueron en busca de la última vez que la habían visto o habían estado con ella. Eso se notó en especial en redes sociales, donde tantas personas publicaron su foto más reciente con Cristina, junto con frases cariñosas.

Yo también hurgué en la memoria. Habíamos hablado varias veces, incluso acá mismo, en este programa, donde estuvo invitada en diferentes ocasiones. Pero además tengo presente una mañana cuando la llamé, fuera de micrófonos, para agradecerle los comentarios elogiosos sobre En Perspectiva que había hecho en un reportaje en un semanario.

Y el útimo mano a mano fue hace dos meses, el 23 de julio. Ese día Andebu (Asociación Nacional de Broadcasters del Uruguay) celebró los 100 años de la radio en nuestro país entregando veinte reconocimientos a periodistas, comunicadores y empresarios del sector. Y el acto culminó con un homenaje especial a Cristina Morán, que estaba sentada en la primera fila y fue aplaudida de pie por todos.

A la salida, en la puerta del teatro, la vi de lejos: estaba junto a su familia preparándose para volver a su casa. No lo dudé. Me acerqué a ella, la abracé, la felicité y sumé mis propios argumentos al premio que acababa de obtener. Se la veía disminuida físicamente y algo cansada, pero al mismo tiempo radiante, claramente conmovida y encantada por esa noche, por el premio y por esos saludos que seguían llegándole. Y yo quedé muy satisfecho de haber tenido esa oportunidad expresarle una vez más mi respeto y mi admiración.

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