Por Emiliano Cotelo ///
El sábado pasado asistí en el Auditorio Adela Reta del Sodre a una de las presentaciones que realizó en Uruguay The Globe Theater, el grupo británico dedicado a conservar y aggiornar la obra de William Shakespeare. Fue una experiencia fascinante. En unos pocos minutos los actores, la música y la puesta en escena nos habían atrapado a todos. Yo estaba totalmente sumergido. No había corrido una hora todavía. Y, de repente, mi teléfono celular se puso a sonar. Quedé petrificado pero reaccioné, manoteé el aparato, apreté un par de teclas y terminé con el bochorno lo más rápido que pude.
Pero… ¿cómo había sido posible aquello? Yo había puesto el celular en silencio, como siempre hago. ¿Entonces? Enseguida me di cuenta: Lo que había chillado no era una llamada ni un alerta de mensaje: era una alarma. Una alarma que yo había programado unos días atrás para que se activara siempre a las 10 de la noche. Y, evidentemente, esa alarma no quedaba abarcada por la función Silencio.
Como se imaginarán, recordé de inmediato al actor Roberto Jones y su reacción airada contra los espectadores descuidados cuyos celulares han estropeado más de una vez el clima intimista que él necesita en su unipersonal sobre Jorge Luis Borges. Por suerte, mi papelón no fue tan grave. Jones hace su obra en ambientes relativamente pequeños. En mi caso, la sala con capacidad para 2.000 personas y el hecho de que yo no estuviera sentado en las primeras filas permitieron que mi teléfono descontrolado molestara solo a las personas que yo tenía más cerca.
De todos modos, volví a pensar en toda aquella polémica, ahora a partir de esa “metida de pata” que yo mismo había tenido el triste honor de protagonizar. Yo entiendo y comparto la preocupación por los teléfonos móviles que vienen manifestando hace años los actores, y también los músicos, los cantantes, los bailarines y los conferencistas. Pero –ahora comprendí– el problema es un poco más complejo de lo que parece.
Para empezar, como argumentó uno de los espectadores cuestionados por Roberto Jones, puede ocurrir que alguien, aún dispuesto a colaborar como corresponde, cometa errores o descuidos. En ese sentido están, por un lado, las personas que no se llevan bien con la tecnología y pueden hacer las cosas con torpeza o sistemáticamente mal. Y, por otro, están los casos como el mío, de alguien que domina bastante bien estos dispositivos y, sin embargo, puede confundirse y no darse cuenta de que una alarma del reloj no queda anulada por la función Silencio; es que los celulares han ido volviéndose cada vez más completos y sofisticados y son muy pocos los que realmente conocen todos sus detalles.
Pero yo decía que el problema es un poco más complejo de lo que parece por otra razón. Después de lo que me ocurrió el sábado yo tengo clarísimo que lo que hay que hacer en estas ocasiones es apagar el teléfono, y que no alcanza con silenciarlo. Pero… ¿por qué hasta ahora me limitaba a silenciarlo si lo que se pide es lo otro, que se lo apague? ¿Por qué muchísima gente sigue haciendo lo mismo que yo hacía? Porque la dependencia de los celulares nos ha ido ganando y, conscientemente o no, muchos sentimos una especie de “terror” a quedar desconectados, aunque sea solo durante una hora y media o dos horas.
Unos, porque creen que en cualquier momento puede haber alguien necesitando ubicarlos por algo importante y urgente. Y otros, sin llegar a ese extremo, porque han incorporado algo así como una “tara” que los lleva a darle, a cada rato, una miradita a la pantalla, por simple ansiedad, aunque lo que terminen encontrando sean mensajes sin ninguna trascendencia, por ejemplo tweets de vaya a saber cuál de esas tantas personas a las que siguen en la red del pajarito.
Esta atracción excesiva hacia el celular es, seguramente, la razón por la cual yo ponía el teléfono en silencio y no lo apagaba: Para tenerlo listo de manera permanente por si surgía alguna oportunidad de mirarlo y/o teclear algo a las corridas. Es, de algún modo, la misma actitud de dispersión que se ha ido instalando en las reuniones de trabajo, de amigos y de familia: Eso de andar siempre con un ojo en el aparatito.
Allí hay una paradoja. Los avances maravillosos de la tecnología, que facilitan tanto la comunicación con gente y lugares lejanos, nos generan, a menudo, complicaciones para comunicarnos bien con las personas o las actividades que tenemos cerca de nosotros. Evidentemente, esta distorsión que se ha instalado en la convivencia implica un desafío. No creo que sea una tragedia ni tampoco que haya llegado para quedarse por los siglos de los siglos. Seguramente iremos aprendiendo, todos, a encauzar este vínculo enfermizo con los celulares. Pero en el corto plazo andamos a los tumbos con esta nueva realidad. Y tal vez sea necesario adoptar medidas drásticas. Por ejemplo, como se hace en otras partes del mundo, obligar a que los espectadores dejen sus teléfonos afuera de las salas de espectáculos.
De todos modos, lo mejor sería que la solución viniera por el lado de la persuasión. Yo propongo que le demos una nueva dimensión a esa frase, “Disfruten de la función”, que en muchos teatros se escucha por los altavoces antes del comienzo de los espectáculos. O sea, que al escuchar “disfruten” pensemos en ese verbo en su significado más amplio. Incluso la frase podría modificarse levemente y decir: “Disfrutemos de la función”. Así no sonaría tan imperativa como la de hoy, aunque tal vez estaría interpelándonos más y al mismo tiempo apostaría a lo colectivo en lugar de lo individual. De algún modo nos estaría diciendo: “Muchas gracias por haber venido, pero con eso no alcanza. No lo estropees ahora. Concentrate en lo que viene. No te distraigas. No nos distraigas.”
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…y la idea podría extenderse a otras circunstancias, también jaqueadas por el imán de los teléfonos inteligentes: “Disfrutemos de la conferencia”, “disfrutemos de la clase”, “disfrutemos de la reunión de trabajo”, “disfrutemos de la ceremonia de casamiento”. Y, sobre todo, “disfrutemos de la conversación entre amigos” o “disfrutemos de la cena en familia”.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 23.10.2015, hora 08.05