Editorial

Sopla un viento de desolación

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Por José Rilla ///

Nuestra historia montevideana con la muralla y el puerto está llena de olvido y desdén. Ahora se agrega la Rambla Sur: el Gobierno uruguayo, sus poderes ejecutivo y legislativo se aprestan a dar forma final a la enajenación de los terrenos del entorno del viejo Dique Mauá a una empresa que habrá de volcar gran inversión para alojar allí un puerto destinado al viaje de ida y vuelta a Buenos Aires.

En los años 50 del siglo XIX, el Barón de Mauá era uno de los empresarios más dinámicos y especuladores que tuvo el país. El brasileño fundó el primer banco de emisión, ahorro y descuento, compró la Usina de Gas para el alumbrado público y construyó el primer dique seco que hubo en el Rio de la Plata, conocido todavía por su nombre, el Dique Mauá. (Un dique seco es un muelle para reparar y pintar barcos afuera del agua). Casi nada queda de ello. Los restos de la Compañía del Gas, monumento histórico oficial como la Rambla toda, esperan un destino honorable. Hay todavía un poco de calma a 5 minutos de la City, buena pesca de brótola con terraya, y canchitas de fútbol… Un paseo despejado en medio de los vientos del sur.

160 años después de Mauá, ahora, un nuevo empresario esta vez argentino, promete una inversión multimillonaria en tiempos en que todo vale a cambio de dinero y empleo. Tanto es que vale, que la discusión sobre el tema viene siendo marginal, dedicada a aspectos jurídicos, políticos, técnicos y económicos, pero raramente atenta a las cuestiones patrimoniales y culturales.

Para evitar cualquier melancolía de las esencias recuerdo que el patrimonio no es algo que el pasado hace con nosotros, sino, más bien, algo que nosotros hacemos con el pasado, o mejor, con las huellas del pasado. Por ejemplo, lo recreamos, lo contamos, lo usamos, lo manipulamos (si se me permite). Así, creímos por mucho tiempo, sin fundamento técnico, que las murallas del Montevideo antiguo eran invulnerables; luego, casi con el nacimiento de la República, entendimos que había que demolerlas (así lo hicimos) y hasta creímos del caso hacer del Portón de la Ciudadela (ese que sirve de telón a un Artigas de Blanes) una vez puerta del mercado viejo, otra vez de la Escuela de Artes y Oficios, y otra, la actual hace ya más de medio siglo, de límite ficticio entre la ciudad vieja y el centro.

Si no nos la cuentan la historia no existe, y solo los entendidos en estos relatos pueden apreciar nuestros modos de romper con el pasado. Es una pena porque cuanto más gente conoce estas cosas, mas públicos son los bienes materiales de la ciudad, bienes espirituales al fin y al cabo, y de gran valor económico.

No tengo nada contra la inversión privada, nacional o extranjera. Pero desde la Aduana hacia la Rambla Sur avanza imperturbable la pared de contenedores y la fila de camiones; la escollera Sarandí ha desaparecido, si por eso entendemos una entrada en el rio que abre una perspectiva simétrica. Ahora se vendrá la terminal para Juan Patricio, Eladia y Francisco -por lo menos- y un hotel de cinco estrellas.

Es el desarrollo, o como se lo llame, pero sería mejor, o diferente, si supiéramos lo que vamos dejando atrás. Sería bueno que desde el presente, negociáramos mejor entre pasado y futuro.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 20.07.2018

Sobre el autor
José Rilla es profesor de Historia egresado del IPA, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires. Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Decano de la Facultad de la Cultura de la Universidad CLAEH. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores, ANII.

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