Foto: Ciudad vacía por las restricciones por la pandemia de Coronavirus, marzo de 2020. Crédito: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS
Por Marta Bayarres ///
“Yo soy yo y mis circunstancias”, decía el filósofo José Ortega y Gasset.
Nos preguntamos, entonces, ¿qué entendemos por ‘las circunstancias”?.
El espacio y el tiempo constituyen los cimientos de dichas circunstancias. ¿Qué importancia tienen para el hombre las circunstancias?
Le aportan certezas.
Necesitamos certezas para vivir. La incertidumbre nos hace tambalear, comienza a perseguirnos el miedo, la angustia.
Cuando las coordenadas del tiempo y del espacio se diluyen desaparecen las circunstancias que nos daban las certezas, la seguridad de ser quienes somos, o al menos creemos ser, y de estar en un tiempo y lugar que formaban parte de nuestra cotidianidad.
La incertidumbre es la situación de desconocimiento que tenemos acerca de lo que sucede y de lo que sucederá en el futuro.
La incertidumbre siempre estará presente en nuestras vidas. Se trata de una sensación de inseguridad, de temor, que en algunas situaciones hace que el individuo paralice momentáneamente alguna actividad, hasta que la situación se encuentre más clara y confiable.
Podemos considerar dos tipos de incertidumbre: la incertidumbre ontológica-existencial y la incertidumbre gnoseológica.
En la incertidumbre ontológica-existencial nos planteamos preguntas como: ¿existimos realmente? ¿Quién soy? ¿Existe la situación en la que estoy viviendo?. Este tipo de incertidumbre existe y es más frecuente de lo que algunos creen.
La incertidumbre gnoseológica nos lleva a plantearnos preguntas como: ¿alguien tiene alguna certeza acerca de lo que nos está sucediendo?
La incertidumbre gnoseológica puede llevar a la incertidumbre existencial. La incertidumbre gnoseológica hace que tengamos miedo y comencemos a cuestionarnos absolutamente todo.
Voltaire, el filósofo francés, decía “la duda es un estado incómodo, pero la certeza es un estado ridículo”.
La duda es un estado que te quita la confianza, por eso es un estado incómodo. La certeza es un estado ridículo ya que es casi imposible para el hombre vivir sin cuestionarse.
La incertidumbre nos arroja a un no lugar, un no tiempo, las circunstancias ya no están.
¿Y yo qué soy o quién soy?
Las circunstancias que formaban parte de nuestra cotidianidad ya no están. El espacio en el que me ubicaba, que recorría, del que me había apoderado, ya no me pertenece, es ajeno; me siento un extranjero, un anónimo en un ámbito que me asfixia, me aprisiona, me enfrenta a mí mismo.
Busco ese mí mismo pero no lo encuentro. Encuentro a alguien que ya no es, que fue, pero cuando intento rescatarlo, se me escapa como la arena entre los dedos.
¿Qué tengo ahora? Un ser anónimo que se busca y no se encuentra.
En momentos como el que nos está tocando vivir, muchos solemos caer en la angustia.
Se trata más bien de una angustia que provoca horror.
En uno de sus cuentos, Chéjov narra que un día, un joven que conduce su trineo, su droschka, avanza por un llano y, al ponerse el sol, cuando el sol se oculta tras el horizonte, ve a lo lejos un campanario que parece sin embargo lo bastante próximo como para poder apreciar los detalles. Entonces, en un ventanuco, en un piso muy elevado, al que sabe, puesto que conoce el lugar, que no se puede acceder de ningún modo, ve una misteriosa, inexplicable llama que nada le permite atribuir a algún efecto de reflejo.
Hace un breve repaso de lo que puede motivar la existencia de dicho fenómeno y, tras excluir cualquier causa conocida, de repente se apodera de él algo que, al leer el texto, no puede de ningún modo llamarse angustia, y que nos traduce mediante el término “espanto”. Se trata de algo que no es del orden de la angustia, sino del miedo. No tiene miedo de algo que lo amenace, sino de algo cuya característica es que remite a lo desconocido de aquello que se manifiesta. ¿Qué es? ¿De qué se trata? Imposible saberlo, es la Nada.
La percepción angustiante que el hombre tiene de la Nada, se hace patente en el miedo a la muerte. Todos sabemos que la muerte llega, pero en general solemos pensar y decir que la muerte llega, pero por ahora no. Tal como nos lo dice Heidegger, el “pero”, le quita a la muerte la certidumbre.
Se trata de un esquivar a la muerte, dando lugar a la Incertidubre.
Sin embargo no parecería tratarse de una Incertidumbre balsámica, más allá de que haya un sostenido esfuerzo por alejarla.
La Incertidumbre que se apodera del hombre nos recuerda la escena relatada por Chéjov, de la llama encendida a lo lejos, para la cual no encuentra una explicación.
Parecería tratarse de un estado de ánimo muy próximo al Horror.
¿Horror ante qué? Justamente, ante la ausencia de algo.
Antes dijimos que los hombres tratamos de esquivar la muerte. Construimos una cotidianidad aparentemente carente de toda angustia. Solemos asumir la certeza de la muerte, como parte constitutiva de la cotidianidad.
Pero …¿qué nos sucede cuando algo inesperado irrumpe en la cotidianidad y esta muestra su fragilidad?
La certidumbre de la muerte desaparece, la cierta certeza que la acompañaba cede paso a la Incertidumbre. El entramado de la cotidianidad estaba entretejido por la certeza de la muerte pero al destruirse dicho entramado, desaparece la certeza. Aparece lo cierto pero a la vez incierto.
La muerte se nos muestra como algo cierto, sin embargo su presencia es incierta. No podemos temporalizarla, no podemos causalizarla, no podemos atraparla.
Suena bastante paradójico, ya que hemos tratado en nuestra cotidianidad de esquivarle a la muerte, y una vez que la cotidianidad se hace trizas, pretendemos atraparla y se nos escapa.
Ya no tenemos necesidad de crear pasatiempos.
Tenemos mucho tiempo… demasiado… un tiempo que no logramos medir, calcular, ni siquiera vivir.
No necesitamos “ocupar el tiempo”. Tampoco parece tener sentido quejarnos de que no nos da el tiempo. Nos sobra tanto tiempo que no sabemos como llenarlo.
Es como si de golpe una Nada infinita nos hubiera atrapado y estuviéramos como suspendidos en una Incertidumbre de la cual no logramos escapar.
Todo ha trastocado su sentido. La cotidianidad se ha desvanecido. Los lugares, las personas, los colores, los sonidos, los olores. Estamos suspendidos en una axcepcia terrorífica de la cual no podemos escapar. Estamos atrapados por el Horror.
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Prof. Mag. Marta Bayarres es psicoanalista, magister en Filosofía Contemporánea y profesora de Filosofía.
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