Los nacionalismos: ¿Qué tienen de bueno y de malo?

 

Imagen: Retrato de Giuseppe Mazzini del siglo XIX. Crédito: Wikimedia Commons

Hace dos semanas, en los Telegramas de L, Gonzalo recordó que el 10 de marzo se cumplieron 150 años del fallecimiento del político y periodista Giuseppe Mazzini, una figura clave del proceso de unificación de Italia.

El aniversario dio pie a una discusión entre los tertulianos sobre el nacionalismo, una corriente de pensamiento de la que Mazzini fue uno de los principales exponentes. 

Gonzalo se distanció de los nacionalismos, dijo que eran ideologías que daban pie a “mitos y fantasías” sobre la superioridad de las naciones. Marcia, en cambio, remarcó que los nacionalismos tienen un lado positivo. Por ejemplo sirven para unir “espiritualmente” a los pueblos.

Pero aquel intercambio quedó muy apretado. Merecía retomarse con más tiempo. Y eso es lo que hicimos esta mañana: ¿Qué tienen de bueno y de malo los nacionalismos? 

La Tertulia de los Viernes con Marcia Collazo, Juan Grompone, Gonzalo Pérez del Castillo y Alejandro Abal.

 

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Periodismo con vocación de servicio público. Conducen Emiliano Cotelo y Romina Andrioli. Con Gabriela Pintos, Rosario Castellanos y Gastón González Napoli. Producción: Rodrigo Abelenda y Florencia Nobelasco. De lunes a viernes de 7 a 12 en Radiomundo 1170.

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2 Comentarios

  • Einstein decía que el nacionalismo es una enfermedad pueril, el sarampión de la humanidad.

    En cambio decía Shaw, que el nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por la virtud de que naciste en él.

    Unamuno, Schopenauer, Huxley y tanta gente, tantísima gente de pensar alto tuvieron palabras para el nacionalismo; entre críticas y duras.

    ¿Qué tiene de bueno el nacionalismo?
    Oso responderme con el canto del grillo:…cri, cri…

    Más contundente aún en mi primer día de retirado laboral: la condición humana es diversa, desde la fraternidad al prójimo -sea quien sea- hasta la contradicción de ser antihumana mismo y es incurable mientras a cualquiera le toque respirar.

    Morir abrazado a una bandera es penoso, que la bandera valga la pena es como mínimo, dudoso.

    La patria grande no es patria, es el Universo, nada más ni nada menos, los humanos somos eso un minúsculo infinito de polvo de estrellas animadas de energía, ni milagro ni menos todavía perenne, al revés, efímeros.

    La patria chica tampoco es patria, es un pequeño manojo de ternura de seres también, pequeños.

  • Los nacionalismos son un invento del S XIX y se oponen a los ideales de universalidad de lo humano, propios de la ilustración. Fueron creados en plena reacción contra la ilustración –el romanticismo– y usados como mecanismo de cohesión social de los Estados que se estaban consolidando bajo la excusa de ser la expresión de «naciones». Siempre se termina explicando la existencia inmanente de las naciones en la idea de que la nación es la cultura en sentido amplio: la lengua, las costumbres, las creencias, la gastronomía, la toponimia y las leyendas fundadoras. Pero «nación» tiene en su raíz «nacer», es decir, algo que no elegimos. ¡Y la cultura la podemos elegir y además, mucho mejor aún, las podemos hibridar! Podemos tomar de diferentes culturas lo que más nos satisfaga y felizmente el hecho de haber nacido en este rincón del mundo no me impide aprender sobre otras culturas que no sean las de mi barrio e incorporar a mis convicciones y prácticas los aspectos de otras culturas que me plazcan.

    A fin de cuentas, lo que tiene existencia y límites reales no son las naciones sino los Estados. Las naciones, si son fenómenos culturales, forman un mosaico complejo de matices que van cambiando prácticamente kilómetro a kilómetro y a veces metro a metro dentro de una misma urbe. Me siento mucho más perdido en ciertos barrios de Montevideo, cuyos códigos no entiendo ni comparto, que en ciertos barrios de Buenos Aires, París o Madrid, donde sí entiendo cómo relacionarme con la gente. Y en Buenos Aires, París o Madrid me puedo también perder rápidamente si entro en contacto con poblaciones cuyos códigos me resultan lejanos, a veces indescifrables y otras no compartibles. En pocos lugares me siento más extrangero que en las inmediaciones de un estadio de fútbol cuando hay hinchas enfervorizados deambulando y agitando su bandera. Y viví la experiencia en varios países. Mi instinto sólo apela a que me aleje cuanto antes de un lugar donde la gente está enfervorizada. De nuevo lo mismo: que sean hinchas de cuadros uruguayos o de cualquier otra parte del mundo, me da igual. El nacer acá no me predestinó, por ejemplo, a comprender ese fenómeno ni a compartir sus códigos.

    Los nacionalismos son un engaño cuando se intenta usarlos para darle cohesión a un Estado. Mientras un Estado es una construcción racional basada en un sistema jurídico y una territorio preciso donde esas leyes son aplicables, una nación es un concepto inasible a poco de quererlo caracterizar, se deja afuera a grandes porciones de la ciudadanía –que es el concepto que sí está definido porque corresponde a un régimen jurídico de un Estado.

    No es raro que en este momento de furibunda reacción contra la razón en el espacio público, donde cada vez más se fogonea el discurso identitario, los nacionalismos estén otra vez aflorando en el mundo. Incluso en Uruguay importamos de USA una cosa que nos hubiera horrorizado en mi juventud: la creación de registros donde el Estado le exige a la gente que se identifique por género y raza –con clasificaciones taxonómicas dignas de la borgiana «enciclopedia china»–. Se supone que según nuestra »intelligentsia» eso dice algo sobre mi »identidad», algo que al reivindicarlo en esas formas estereotipadas pierde justamente la capacidad de representarme.

    Adhiero a otra noción de indentidad, la que no está determinada por mi color de piel o mi «género» –lo que sea que esto sea–, ni por una nación a la que se supone que pertenezco. Mi identidad es justamente esa hibridación de culturas y elecciones filosóficas que he ido hilando a lo largo de mi vida, eligiendo de lo poco que he podido conocer. No se corresponde con la taxonomía que el INE diseñó para que nosotros habitemos aunque ni creamos en ella.

    Me permito dejar una lectura recomendada:E. Hobsbawm »Nations and Nationalism since 1780″ y también »The Invention of Tradition».

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