
EC —Es del siglo XIX, ¿no?
RA —A fines del siglo XVIII, Thomas Paine en Inglaterra hace una primera propuesta de este tenor, con un justificativo no muy distinto de lo que sostienen algunos actualmente. Tiene que ver con decir: hay un problema, los campesinos y obreros que están migrando a la ciudad tienen baja capacidad de negociación con sus contrapartes, ya sean terratenientes o industriales; es importante que tengan capacidad de negociación; para tener capacidad de negociación tienen que tener un mínimo de recursos disponibles, entonces el Estado tiene que asegurar eso. Es parte de la línea argumental también: las personas tienen derecho a optar, que no se vean obligadas a tomar decisiones de muy corto plazo por un condicionamiento muy fuerte desde el punto de vista de la disponibilidad de recursos y aceptar puestos de trabajo que quizás tengan implicancias de largo plazo –entrar al mercado informal, con bajos niveles de ingreso, con desacumulación de capital humano, con incapacidad de insertarse en sectores más dinámicos, porque necesitan un empleo rápido–, mientras que la capacidad de buscarlo con cierto nivel de holgura permitiría tener una forma de aproximarse al mercado de trabajo más dinámica.
EC —Es una idea muy vieja. ¿Ha estado implementada? ¿Ha llegado a implementarse?
RA —Ha llegado a implementarse en contextos muy particulares y acotados. El ejemplo más general que hay es el de Alaska. Alaska tiene un fondo proveniente de empresas públicas de explotación minera, a partir del cual, en función de la permanencia en Alaska en el año calendario de enero a diciembre, las personas reciben una transferencia monetaria que anda en el entorno a los US$ 2.000 en promedio. Es una transferencia relativamente baja, que tiene asociado el objetivo, que es asentar población en un contexto relativamente desfavorable, y es una población muy pequeña.
Luego hay otros ejemplos. Hubo algún experimento en Estados Unidos hacia mediados de los 70, en algunas zonas muy acotadas. Y hay algunos otros ejemplos, muy particulares, asociados también a explotaciones mineras en el contexto de países árabes muy ricos en recursos petroleros, pero el acceso a ese beneficio está muy asociado a ciertos grupos dentro de la sociedad, no está generalizado.
EC —Ahora la idea vuelve al tapete a raíz del avance de la robotización y la automatización, a raíz de un nuevo empuje en la destrucción de puestos de trabajo, que no está muy claro qué consecuencias va a tener en el saldo final. ¿Es por ese motivo que ahora se la discute otra vez?
RA —Hay tres fundamentos. Uno, el que estás mencionando, que tiene que ver con problemas de cambios tecnológicos en el mercado de trabajo y sus implicancias en el funcionamiento de ese mercado. Es un elemento clave, porque cambia bastante las condiciones en las que las personas suelen desarrollar su puesto de trabajo. Fundamentalmente en el mundo desarrollado la noción de puesto de trabajo estable está muy asentada desde la segunda posguerra. Y esa relación con la robotización y otros procesos de cambios tecnológicos en algún sentido está en cuestión, la lógica de que una persona entra al mercado de trabajo a cierta edad y va a egresar de la misma empresa jubilada ya no existe en el contexto internacional; no existe en Uruguay, pero tampoco en los países desarrollados.
Eso también tenía un corolario importante con respecto a la evolución de los salarios, y es parte de la discusión que hoy por ejemplo tiene Estados Unidos. Por primera vez casi desde la independencia de Estados Unidos, desde los últimos años de la década de los 70 hasta la actualidad, se ha dado un proceso bastante contradictorio, porque mientras que Estados Unidos sigue siendo una economía dinámica, posiblemente de las economías más dinámicas del mundo desarrollado, donde el ingreso medio está creciendo, pese a las turbulencias propias de la crisis del 2008 y otros eventos parecidos, el ingreso del trabajador mediano, aquel que se ubica en la mitad de la distribución, permanece estancado desde hace prácticamente tres décadas. Eso genera un enorme malestar, e incluso va contra esa noción del sueño americano, de que las generaciones nuevas van a estar necesariamente mejor que las anteriores. Un sector importante de la sociedad norteamericana ve una situación en que en apariencia hay un avance económico importante, concentrado en ciertos sectores, pero esos sectores no derraman hacia el medio. No estamos hablando de la cola de abajo de la distribución, estamos hablando de lo que uno podría llamar la clase media norteamericana.
EC —Estamos hablando de la última campaña electoral de Estados Unidos.
RA —Creo que es parte de esta consecuencia, y parte quizás de los argumentos políticos que explican el resurgimiento de la agenda de la renta básica universal, que tiene que ver con algunas cosas que se están viendo en el mundo político, que son la emergencia de estas situaciones. En Europa pasa algo parecido con características un poco distintas. Lo cierto es que el cambio tecnológico, mucho más que la globalización –por lo que la evidencia internacional indica– está poniendo en cuestión la evolución del ingreso de un sector importante de la sociedad. ¿Qué es lo que permite la renta básica universal? ¿Por qué la renta básica universal podría ser una respuesta a esto? En primer lugar, porque asegura a todo el mundo un piso, y porque ese piso se puede ajustar en función de la productividad de la sociedad.









