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El matadero de lobos
El símbolo por el símbolo

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Por Javier Mazza ///

No sabemos mucho acerca de Sócrates. Es raro, ya que es una figura central en la historia cultural de occidente, pero la verdad es que no sabemos mucho acerca de él. Sabemos que fue un ciudadano ateniense, privilegio que estaba reservado a unos pocos. Sabemos que fue un hombre de extracción humilde, más extraño aún para un ciudadano ateniense. Sabemos que su madre fue partera, comadrona. Según Platón, su discípulo más famoso, sabemos que practicó la filosofía; o la sofística, según Aristófanes, probablemente su enemigo más famoso.

Haya hecho una cosa o la otra, lo que sabemos a ciencia cierta es que este señor no nos dejó nada escrito y que era un detractor de la democracia, forma de gobierno que consideraba corrupta. Todo lo demás, los contenidos de su pensamiento, sus preceptos morales y su método de estudio, lo sabemos por terceros. Sus críticos y sus discípulos, Jenofonte y fundamentalmente Platón. Una de las primeras y tristes realidades que le toca encarar a todo estudiante de Filosofía es que el “padre” de nuestra disciplina se encuentra más cerca de ser un personaje literario que un hombre de carne y hueso.

Pareciera ser que los uruguayos tenemos una pasión por perseguir contradicciones. Tenemos el Penal de Libertad, el Cerro Chato y una calle llamada Nilo que tiene una extensión de apenas dos cuadras. Pero la figura de Sócrates es protagonista de mi contradicción uruguaya preferida: Sócrates nunca escribió nada (por más de que el ex presidente argentino Carlos Menem crea que sí, ya que declaró encontrarse leyendo las Obras Completas de Sócrates).

La razón por la que no lo hizo, tiene que ver con su manera de ver el mundo. El método socrático, la mayéutica, tenía mucho que ver con el diálogo. Parece ser que Sócrates entendía que el conocimiento se daba en la conversación entre dos o más personas, en la comunicación interpersonal, en el intercambio de ideas; era una calle de dos sentidos. En una obra escrita no hay posibilidad de intercambio, la calle corre en un solo sentido.

Sócrates no quiso escribir porque entendía que la palabra escrita traicionaba la esencia del pensamiento. Platón pensó que escribir sus tratados en forma de diálogo podía hacer justicia con esta idea de su maestro; alcanza leer uno solo de los Diálogos de Platón para darse cuenta de que en esto se equivocó.

Hace unos años, el gobierno griego le obsequió a su par uruguayo una estatua de Sócrates. El lugar dónde colocaron el obsequio es hoy conocido por todos nosotros: la puerta de la Biblioteca Nacional. Porque, ¿qué mejor manera de honrar la memoria de un hombre que se negó a escribir por principio que colocarlo como custodio permanente de la mayor colección de material escrito del país?

En estos últimos días, un grupo de uruguayos que apoyaban la libertad del pueblo griego de autodeterminar su futuro político y económico se manifestaron frente a la estatua de Sócrates en la Biblioteca Nacional. Como si no alcanzará con una, parece que ahora apilamos contradicciones. De las tantas cosas que sabemos de Sócrates es que no era un demócrata. Por más de que formó parte activa del gobierno de Atenas (recordemos que en la ordenación de la Grecia antigua la unidad política era la ciudad estado), varios son los indicios que nos llevan a concluir que no apoyaba su sistema de gobierno.

En primer lugar, Platón lo pone en sus propios labios en La República. La democracia es una forma de gobierno corrupta, porque coloca en poder de “los muchos” decisiones que deberían tomar “los mejores” (los más sabios). Por otra parte, sabemos que el círculo íntimo de Sócrates no apoyaba la democracia. Si nos fiamos de aquello de “dime con quién andas”, entonces Sócrates tampoco lo hacía. Esto último quizás sea lo más significativo.

Existen grandes chances de que Sócrates haya sido juzgado y sentenciado por ser anti demócrata. El tribunal que lo condenó al exilio (recordemos que enfrentado a la posibilidad del exilio Sócrates elige tomar la cicuta y acabar con su vida), fue un tribunal democrático. Pero no fue cualquier tribunal democrático, ni fue cualquier democracia. Fue la democracia que recuperó el gobierno de Atenas de las manos de los llamados Treinta Tiranos, gobierno autoritario que los espartanos establecieron en Atenas tras vencer en la Guerra del Peloponeso.

Sabemos que Crítias y Cármides, amigos de Platón y Sócrates, colaboraron activamente con el gobierno de los Treinta, y sabemos que el tribunal acusó a Sócrates de conspirar contra la ciudad. No hace falta una gran teoría conspirativa para caer en la cuenta de que existen grandes chances de que los demócratas estuvieran enjuiciando a Sócrates por colaborar con los Treinta Tiranos. En suma, Sócrates y la democracia nunca se llevaron bien. Pero eso no parece ser lo que entendieron nuestros compatriotas, al optar por utilizar su figura como símbolo para defender los derechos de la actual democracia griega.

El problema de todo esto no es la manifestación en sí misma. Creo firmemente en el derecho de cualquiera para manifestarse en contra o a favor de lo que considere justo o injusto, por más lejana que se encuentre la injusticia. El problema es el del símbolo por el símbolo. Los símbolos, son significativos como baluartes o estandartes de una causa, cuando en ellos reverbera un significado profundo del cual la causa puede hacerse eco. Cuando cumplen con esta prerrogativa, son también muy efectivos en su expresividad. El problema es cuando tomamos a una figura sólo como símbolo y lo desproveemos de esa raigambre profunda en la significatividad.

Cuando Sócrates, solo por ser Sócrates, es símbolo de la cultura escrita a pesar de que se haya negado a escribir, estamos frente a tal problema. Cuando Sócrates es símbolo de la democracia griega sólo por ser griego y porque su efigie esté ubicada en nuestra principal avenida, a pesar de que se haya opuesto a la democracia por principio, estamos también frente a ese problema. Y cuando el símbolo es símbolo porque sí, entonces puede significar cualquier cosa y si puede significar cualquier cosa, no significa nada.

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