Por David Torrejón ///
Pensaba ayer que estamos en un momento difícil en el que todo lo vivimos de lejos, hasta la muerte. Ni siquiera podemos despedirnos de nuestros seres queridos como es debido, lo que nos produce una extraña sensación de irrealidad. Si en circunstancias normales es habitual oír eso de “no nos hacemos a la idea”, os aseguro que ahora la sensación se multiplica por mil. Alguien nos dice que nuestro familiar ha muerto. Alguien nos llama para hacernos una oferta por el sepelio. Alguien nos dice que habrá una cremación tal día a tal hora. Tan aséptico e impersonal que es como si no hubiera sucedido. No ves a tu ser querido, no compartes abrazos con los familiares y amigos. No hay duelo compartido. La muerte se vuelve casi una idea platónica.
Pero luego me puse a pensar en cómo tuvo que ser, por ejemplo la gripe de 1918: gente aislada, asustada, sin médicos, sin comida, sin teléfono, ni televisión, ni radio, ni mucho menos internet. ¿Os imagináis? Encerrados sin saber nada de vuestros a familiares y amigos, de la evolución de la epidemia, nada. Por no hablar de la forma en que se librarían de los muertos. Espantoso. Solo de pensarlo se me quitaron las ganas de quejarme.
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Hoy, recordando a mi madre, pienso que ella era la representación más genuina de una generación que está siendo machacada por el virus.
Una generación de españoles que siendo niños superó la Guerra Civil y siendo ya adolescentes y jóvenes, la dura posguerra. La generación que levantó el país trabajando en casa o en el tajo de sol a sol, enfrentándose a la vida con una sonrisa en los labios, una copla en la garganta y un sentido comunitario que añoro vivamente.
Una generación que nos trajo al mundo a los baby boomers y que puso en nuestras manos un país que en nada se parecía al montón de ruinas que recogieron de sus padres, ni siquiera en su régimen político.
Ahora, poco a poco, los baby boomers vamos a ir saliendo de escena, pero seríamos indignos e infinitamente ingratos si antes de hacerlo consintiésemos sin luchar que esta generación se vaya antes de su hora porque alguien dé más importancia al dinero que a los años que les quedan por vivir. Los hijos de esa generación tenemos el deber moral de taparles la boca a aquellos que afirman que es mejor sacrificarles, porque más muertos va a provocar la crisis posterior. Ellos y ellas vivieron en la peor de las crisis, moral y económica y no solo sobrevivieron, sino que demostraron que desde unas condiciones que eran infinitamente peores de las que tendremos al final de este drama pasajero era posible levantar un país a base de trabajo y dar una buena educación a sus hijos. Sé que es una simplificación, pero miro hacia atrás, me olvido de los detalles y en el trazo grueso de la historia que he vivido eso es lo que sin duda hicieron.
Ahora no podemos abandonarles. Sé que no lo estamos haciendo, pero por si alguien aún se lo plantea, hemos de decirle que buena parte de lo que tiene se lo debe, y que no vale ni la mitad que ellos. Y de alguna manera deberíamos ir más allá y darles nuestro homenaje íntimo, pero también público.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 26.03.2020
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David Torrejón es un periodista, publicista y escritor español, colaborador de En Perspectiva.
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