Por Rafael Courtoisie ///
Enormes bolsones de tiempo estancado aparecen aquí y allá, tiempo detenido, sin uso, un tiempo intacto y de una esencia que no existía antes. No es el tiempo vacante del reposo anterior, no es el tiempo vacío que en la productividad vigente hasta ayer, en los hábitos, en las costumbres, en la maquinaria laboral, se concedía como interesado receso momentáneo, medido, dosificado en alícuotas de días hábiles y días feriados, días de trabajo, los más, y días festivos, excepcionales, los menos.
Ese tiempo, el intervalo dispuesto por acuerdo y conveniencia de ese tiempo, se asociaba con la pausa utilitaria, ofrecida para reordenar y concentrar energías que iban a ser vertidas otra vez, con ahínco, en la producción de futuro.
Las leyes de la oferta y la demanda temporal estallaron. Una inmensa oferta involuntaria de tiempo inundó el mercado existencial, provocando una depreciación inmensa, una baja abrupta en la cotización, un cambio cualitativo y cuantitativo en la estima del tiempo.
Ahora hay tiempo.
Ahora hay demasiado tiempo. Ya no se busca el tiempo, los fines de semana de respiro ya no cotizan en hoteles, agencias de viaje, resort, casas de juego, restaurantes, no solo a causa de las medidas sanitarias, sino porque ya no es necesario ni conveniente comprar tiempo, adquirir distracción, paquetes de descanso pago.
El tiempo sobra.
Se trata de otra clase de tiempo. Es un tiempo enrarecido, suministrado a prepo, un tiempo no solicitado, disponible de pronto, abierto en la soledad de las casas como efecto secundario del discurso, de las medidas que procuran un intento de administración de los procedimientos, la preceptiva nebulosa, vaga, de los acuerdos sociales atinentes al simulacro de control de la peste.
Y, por otro lado, no hay demanda de tiempo, al menos no parece haberla de ese tiempo procesal anterior, de esa intangible moneda áurea que nunca se depreciaba.
Ahora hay tiempo, ahora sobra tiempo.
La abundancia es tremenda, impensada, causa una indigestión de instantes, una ansiedad que se confunde con la tristeza y aún con la desolación, que replantea en términos inéditos la enfermedad de vivir.
La deglución de la soledad, el hastío, la inquietud pandémica que provoca la abundancia de tiempo no se enmiendan fácilmente con el entretenimiento, con el concepto de diversión vigente hasta ayer.
No hay pasatiempos. No hay dispositivos para matar el tiempo, al menos no como antes.
El tiempo abunda, sobra, se presenta en cantidades imposibles de digerir, ya no tiene el valor que tenía, y sin embargo es precioso de otro modo, de un modo extraño.
Se vive el advenimiento, la perplejidad de un instante eterno.
En la inseguridad totalitaria de la peste la mayor fortuna es ese tiempo diferente.
Cada uno decide: puede derrochar, malgastar esa riqueza conectado a todos los dispositivos que propalan día y noche el discurso de la peste, y por tanto la peste; o puede asumir ese tiempo como un prodigio pleno.
Todos tenemos la oportunidad de ser dioses en la intimidad del aislamiento.
Ahora, en este instante, tenemos tiempo.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 26.03.2020
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Rafael Courtoisie (1958) es un ensayista, académico, autor de varias novelas y traductor uruguayo, miembro de la Academia Nacional de Letras.
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Foto: Rafael Courtoisie. Crédito: academiadeletras.gub.uy