Por Alberto Magnone ///
Ayer me levanté bastante deprimido por la lluvia. Todo estaba muy oscuro. Entonces fui y me di un baño procurando cambiar mi estado de ánimo, y mientras lo hacía me puse a pensar: qué bueno abrir la canilla y que venga agua caliente, qué bueno que hubo alguien que se preocupó de instalar la cañería del gas y de hacer que llegue a mi casa, y hasta qué bueno que una compañía se encargue de mandarme el gas -y de cobrármelo también aunque estamos esperando ahora un gesto solidario de su parte-.
Qué bueno que acciono un interruptor en la pared y la oscuridad desaparece. Qué bueno que tengo Netflix y que si me bajoneo demasiado puedo poner Tom y Jerry o Los Simpson y reírme bastante. Qué bueno que casi todos estamos acatando las medidas sanitarias, aunque ahora parece que el homo uruguayensis (y las mujeres también) pretenden irse de vacaciones sin tener en cuenta que el virus anda suelto. Pero igualmente qué bueno que todo esto va a pasar y que no estamos en Europa durante la Peste Negra con cientos de muertos en la puerta de mi casa (y algunos dentro de ella), más los cientos de millones que no veo pero están dispersos por ahí; y en cualquier momento suena la puerta y es la Inquisición que viene a buscar a mi mujer que es una connotada bruja y hasta escribió un panfleto de promoción satánica que se llama muy adecuadamente Diosas y Brujas y se la lleva a la hoguera por haber hecho un pacto con el que te dije para convocar la peste.
Tengo un refrán para ustedes al respecto que dice: "Todo es según el color del cristal con que se mira".
Cavilando y meditando sobre el tema de las enfermedades y dando vueltas tratando de matar el tiempo, recordé que Gerardo Matos Rodríguez compuso La cumparsita pensando que tenía tuberculosis y que se iba a morir muy pronto. Por cierto que la tuberculosis o tisis como se le llamaba no era ninguna tontería en esa época. De hecho en 1917 fue la primera causa de muerte en Uruguay con 2.500 víctimas aproximadamente.
A principios del siglo XX la esperanza de vida de un ser humano era en promedio de treinta y cinco años. Un siglo después, casi alcanzaba los setenta. Un argumento muy fuerte en contra de la religión que nunca he escuchado es el hecho de que cientos de millones de oraciones pronunciadas por cientos de millones de creyentes durante muchos siglos no consiguieron aumentar ni un minuto el promedio de vida de los seres humanos. En cambio la ciencia en solamente un siglo logró duplicarlo.
Claro que este argumento en realidad se refiere solamente a la eficacia de la oración digamos personalizada. Hay quien sostiene que ése es un concepto muy utilitario y bastante egoísta de la religión, la cual puede ser vista desde otro punto. Un ejemplo muy interesante es el de la idea de religión en que creía Einstein. Para él el concepto de Dios tenía más que ver con el orden del Universo, y con el hecho muy misterioso de que el cosmos fuera comprensible mediante la ciencia; el cerebro como decía Carl Sagan es un pedazo de cosmos tratando de comprenderse a sí mismo. La ciencia era como el lenguaje de Dios para él, y los científicos venían a ser algo así como sus intérpretes.
Hay algo interesante aquí: Arthur Clarke, el autor del libro 2001: una Odisea del Espacio, decía que si un viajero del tiempo viniese a nuestra época, muchísimas cosas le parecerían mágicas y para él nosotros seríamos como émulos de Merlín. La ciencia y sus logros serían para el viajero indistinguibles de la magia.
Pero, según Einstein, Dios no interviene directamente en la vida de los seres humanos. Se limita a crear el mundo y a dejar en él su huella que los científicos pueden leer en la forma del lenguaje físico o matemático.
Vuelvo ahora a nuestro amigo el coronavirus.
Hablemos de este señor. Me ha llegado una información muy interesante sobre él. Primero debemos saber que no es realmente un ser vivo como un microbio cualquiera por ejemplo. Como todos los virus, se trata de una molécula, eso sí, bastante compleja, protegida por una fina capa de grasa; esta molécula es capaz de meterse en el núcleo de nuestras células y hacer que nuestro ADN en lugar de hacer su tarea normal se dedique a fabricar más ejemplares del virus, o sea otras moléculas como él, que van a infectar a más indefensas celulitas de nuestro cuerpo, y esto genera una especie de explosión viral si no se detiene de alguna manera. Por suerte tenemos defensas naturales contra los virus, que en realidad se destruyen fácilmente atacando la capa de grasa que los protege. De esa manera el organismo lucha contra él y en unos 14 días se ha definido el asunto generalmente a nuestro favor, a no ser que se complique la situación porque nuestra protección natural está debilitada por alguna enfermedad o por la edad que no es una enfermedad pero se parece bastante. El remedio es no contagiarse y no contagiar: como dijo un médico español, nosotros somos la vacuna.
Y con esto he llegado al final pues mi charla ha alcanzado el límite exigido por mis anfitriones. Me despido hasta otra ocasión que espero que sea pronto. Muchas gracias.
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Emitido en el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva, martes 07.04.2020
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Alberto Magnone es músico, director de orquesta y docente.
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Foto: Albert Einstein. Crédito: Wikimedia Commons