Editorial

Candidatos como la gente

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

En estos días se ha vuelto a hablar, en Uruguay, del presidente de Francia. No en virtud de la actualidad francesa ni internacional, sino a raíz del anuncio del Partido de la Gente de reclutar a sus candidatos a intendentes departamentales por medio de un proceso de selección confiado a tres empresas consultoras. De acuerdo a lo que se ha divulgado, la idea de recurrir a este procedimiento fue inspirada por el método que empleó el partido de Emmanuel Macron para designar a la mitad de sus candidatos a diputados en las elecciones legislativas de junio pasado, dos meses después de la elección del propio Macron como presidente de la República.

Al hacer referencia al antecedente francés, se ha subrayado, no obstante, una diferencia notoria: se trata, para los liderados por el señor Novick, de seleccionar candidatos a cargos ejecutivos y no legislativos. Otra diferencia, que también ha sido señalada, es que no habrá de regir, en el caso del Partido de la Gente, el criterio de paridad de género, que sí aplicó el macronismo hace algunos meses. Existe una tercera, que quizá pueda parecer menor, pero que vale la pena consignar: el partido del señor Macron no apeló a intermediación alguna para procesar el asunto, es decir no contrató los servicios de ninguna empresa consultora, sino que instituyó una comisión de investidura ad hoc, presidida por uno de los lugartenientes más experimentados del presidente, un viejo navegante de la política francesa, exministro, ex alto funcionario, gran conocedor del Estado, de las instituciones y del funcionamiento íntimo de sus entrañas.

En otras palabras, el mecanismo de filtro de los postulantes, que fueron varios miles, estuvo integralmente piloteado desde el vientre político del movimiento En Marcha, aunque las formas hayan tenido rasgos de tipo empresarial, a la manera de una selección de personal operada por una dirección de recursos humanos. De hecho, esas formas fueron ante todo un soporte para la propaganda en torno a la necesidad de renovación de la que se hizo caudal antes y después de las elecciones presidenciales. Se trataba de dejar atrás viejas prácticas y antiguos elencos, de refrescar el ambiente e implantar, como se suele decir en Uruguay, “otra forma de hacer política”.

Es probable que el éxito electoral del señor Macron se deba en parte a esa oferta. Resta saber si la propaganda era algo más que un envoltorio colorido, y qué tanto se han satisfecho las ansias de cambio. Una promesa, al menos, se cumplió: la hecatombe de parlamentarios de los partidos tradicionales se produjo, y llegaron a la cámara de diputados decenas de novicios. La “otra forma de hacer política”, sin embargo, no apareció, salvo que consista en torpeza, desprolijidad, desorden y desconocimiento.

Las presuntas virtudes redentoras de la “sociedad civil”, ensalzada como una suerte de enorme tribu de buenos salvajes a la Rousseau, que habrían de traer consigo rectitud, abnegación y proximidad con las preocupaciones de esa entidad difusa conocida como “la gente”, tampoco se vieron mucho. Así, por ejemplo, una diputada que en la “sociedad civil” regenteaba una agencia de viajes, tuvo la luminosa y lucrativa idea de organizar visitas guiadas al Parlamento, que su pequeña o mediana empresa facturaba como si de excursiones a Disneylandia se tratase. Le habían dicho que la política era como una empresa, y se lo creyó.

Todo era un gran malentendido, en definitiva, ya que a esa alegre muchachada que la selección de personal macronista catapultó a sendas bancas legislativas se le pedía sólo que levantara la mano cuando se le ordenase hacerlo. De hacer cumplir al fin esa disciplina tuvieron que encargarse los capataces del presidente, viejos lobos de mar, políticos curtidos que siempre supieron que el Estado no lo gestiona cualquiera.

Tal parece ser, en el fondo, la fórmula del populismo gerencial, cuya engañapichanga de acariciar a la “gente” en el sentido del pelo se traduce, al fin y al cabo, en obediencia debida. Los votos pertenecen al jefe y no, por cierto, a las ignotas personas que la ola depositó en la orilla. La próxima marea se las volverá a tragar y regresarán a la “sociedad civil”, de la que salieron animosas un día con la palabra “gestión” a flor de labios, sin sospechar que en realidad terminarían balando la ideología del patrón.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 30.10.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

Comentarios