Días de coronavirus

Para no perdernos

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Por Beatriz Angulo //

El cambio en la distancia afectiva, el espacio físico y el tiempo incierto están influyendo en la salud mental.

Para pensar esto los invito a imaginar, por ejemplo, a un bebé con su madre. Entre ambos que se da un encuentro único, íntimo y mágico.

La madre sostiene a su pequeño de una forma especial: lo acaricia, lo baña, lo alimenta día a día. Hay una distancia entre ambos. Los abrazos, besos y caricias envuelven ese encuentro.

Ambos, de diferente manera, se retroalimentan, y se va generando en esa díada un ritmo especial. La madre va y viene, el pequeño llora, la reclama por diferentes necesidades. En este ir y venir constante, hay encuentros y desencuentros, momentos de presencia y ausencia, que van dibujando y construyendo el nuevo ser.

Palabras, canciones y silencios sostienen este vínculo. Ambos se comunican, ya sea la madre con sus palabras, el pequeño con sus quejidos, con sus sonrisas o con su llanto.

Van construyendo un sinnúmero de pequeñas interacciones en el tiempo. Dentro de lo previsible, el pequeño espera que la madre aparezca, pero también se dan momentos de sorpresas, lo imprevisto alimenta e ilusiona a ambos.

De alguna manera se introduce lo novedoso, cuando hay un telón de fondo, podríamos decir, estable y predecible.

El bebé va creciendo y organizando su psiquismo a través de rutinas cotidianas, de la alimentación, del sueño, del baño y del juego.

¿Se pusieron a pensar qué cosas están desde hace tiempo alteradas en todos nosotros?

Lo estable que nos sostenía, nuestras rutinas, nuestros horarios y lugares se vieron transformados. La distancia con nuestros seres queridos está restringida. El tiempo, es decir, la vivencia de éste, también ha cambiado.

Podríamos decir que esos elementos básicos y necesarios para todos los humanos, están forzosamente alterados.

Cuando uno le pregunta a otra persona, actualmente, qué es lo que más extraña o necesita, la respuesta es generalizada es "a los otros", al contacto, las conversaciones, los besos, los abrazos.

¿Qué es lo que cambió y qué va a seguir cambiando, aparte de la economía? Nuestras formas de vincularnos y de estar en el mundo. Es en esto que debemos detenernos a pensar, en los sentimientos de angustia y de ansiedad, en el miedo y en el enojo, porque se repiten en todos nosotros de diferente manera.

Están siendo cada vez más frecuentes los trastornos del sueño. Las consultas médicas para pedir ansiolíticos o medicación para dormir van en aumento.

También es sabido los altos niveles de agresividad en la convivencia, así como el aumento de la ingesta de alcohol.

Estamos, entonces, ante un nuevo comienzo, estamos perdiendo lo sabido en búsqueda de nuevas certezas, estamos como atados, cortados de libertad.

Entonces: ¿Qué debo hacer realmente? ¿Qué hago?

Vivimos en lo que debemos hacer y lo que hacemos realmente. No encontramos respuestas.

Por eso se me ocurrió el ejemplo del bebé. Porque lo nuevo convoca lo más arcaico de nosotros.

Si el bebé del ejemplo ahora pudiera hablar, diría: “me cambiaron todo, no sé cuándo y cómo dormir”, “nadie me traduce lo que está ocurriendo, nadie me decodifica este mundo”.

Y eso es lo que necesitamos, que algo o alguien nos ayuden a decodificar, a pensar, a crear nuevos pensamientos e ideas. Estas las tenemos que ir creando entre todos. No sólo repitiendo y compartiendo mensajes por Instagram, con palabras de aliento, vídeos y frases de un mundo mejor, así como artículos científicos que obviamente nos nutren, sino intentar compartir con amigos, con la familia, con profesionales, con los otros, lo más sincero y real de lo que estamos viviendo y sintiendo, para no perdernos.

Por momentos, parece primar un discurso debido y otro interno, más real y doloroso.

Expresar estos sentimientos, esas dudas, pasiones de estos territorios desconocidos.

Esos espacios de diálogo, ya sea en el trabajo o en la salida con amigos que nos hacían bien, nos permitían expresar lo que íbamos viviendo, haciendo y sintiendo. Esto no lo logran los mensajes ni las fotos que mandamos y nos envían.

Hay que poder comunicarse, ya sea a través de los medios tecnológicos, o encuentros a la distancia aconsejable.

Poder dialogar de este mundo interno, de esos sentimientos más legítimos que nos invaden, de las emociones y de la sensibilidad.

 

Beatriz Angulo para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva.

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Foto: Pixabay.

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