En el siglo XX la UNESCO nos transmitía la importancia de aprender a hacer, aprender a ser y aprender a aprender.
En este Siglo XXI nos habla de detenernos a aprender a desaprender.
En medio de este nuevo paradigma apareció la pandemia. A cada ser este cambio de vida lo tomó por sorpresa en distintos momentos vitales, etapas de vida con distintas problemáticas, logros o necesidades.
La primera infancia es una temática que a muchos profesionales nos preocupa y convoca a pensar.
¿Cómo están viviendo los más pequeños todos estos cambios y nuevas rutinas? ¿Como éstas pueden afectar en su desarrollo? ¿A qué debemos estar atentos.?
Sabemos de lo fundante que son las primeras experiencias vividas por los niños en sus primeros años de vida.
Se cree a veces que los bebés o los niños pequeños no entienden o no se dan cuenta de lo que ocurre, de lo que hacemos o de cómo nos sentimos.
Es importante y necesario un ambiente facilitador para el desarrollo de lo que los rodea, este en relación con sus necesidades de los cuidados básicos y rutinarios como la alimentación, el sueño, la higiene, se van gestando y construyendo con personitas.
Los cambios de las rutinas de los padres, están alterando las rutinas y los ritmos de los pequeños, ritmos que dan cuenta de ausencias, presencias de nociones de tiempo, de espacialidad.
Rutinas que van construyendo el mundo psíquico del niño.
Cambios obligados que los padres no pueden modificar porque les son impuestos, pero sí, podemos detenernos a observar, a pensar y ver cómo actuar para que todo este movimiento no altere tanto al pequeño
Debemos estar atentos a lo emocional, observar que nos está queriendo decir con su cuerpito, con sus movimientos, con su voz, al tono, a la melodía más que a muchos de los mensajes del contenido del lenguaje
Las investigaciones sobre el desarrollo del cerebro a esta edad precoz muestran que los bebés y los niños tienen necesidad de una interacción directa con los padres y cuidadores, para asegurar un desarrollo normal del cerebro y de las adquisiciones sociales y emocionales.
Teniendo esto en cuenta, pensemos otro dato interesante que nos proporciona la OMS: que los niños entre 0 y 2 años no deben ser expuestos a las pantallas.
Antes de la pandemia, el 45% no lo cumplía. Otro dato interesante: entre los 2 y los 4 años deberían tener una exposición de una hora diaria a las pantallas: en esta franja, el 50% tampoco cumplía.
Estos porcentajes en este momento van aún en aumento. Padres que están cansados y desbordados permiten más tiempo el uso de las pantallas.
Sabemos de la absoluta necesidad de la presencia y del aporte del otro humano porque son fundamentales en la construcción del ser.
Todo aquello que la madre, el padre y los cuidadores hacen con su cara, con su voz, con su cuerpo, será vital para poder construir su conocimiento y experiencia acerca de las cosas humanas.
Los adultos adoptan ante los pequeños expresiones faciales exageradas, cara de sorpresa, de enojo, sonrisas exageradas, en tiempo, en espacio, como si actuaran en cámara lenta.
Sería importante que el adulto pueda sintonizar con los movimientos y mímicas del pequeño, a veces las retoma, otras exagera acompañando con sonidos que implican una parte de imitación.
De esta forma el infante va persiguiendo los estados mentales del adulto, asociando lo que ve con lo que siente. Por eso es importante la presencia real.
Las palabras nacen del encuentro con el otro, si no hay encuentro con el otro no hay vida psíquica y si no hay encuentro con el otro, tampoco hay símbolos.
Sabemos de la importancia de las palabras porque estas transportan emociones
Debemos entonces estar atentos a cómo todos estos cambios de rutina, tecnológicos, de tiempo, influyen en la capacidad de cómo se va construyendo la simbolización, es decir, la capacidad que tendrán de fantasear, de inventar y de crear.
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Beatriz Angulo para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva.
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Beatriz Angulo es licenciada psicoterapeuta psicoanalítica de AUDEPP.
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Foto: pxhere