Por Fernando Butazzoni ///
Hay muchos episodios en la vida de la sociedad uruguaya actual que son positivos y virtuosos, pero que sin embargo no son vistos como tales, porque se incorporan al paisaje político con una naturalidad algo desconcertante.
Uno de ellos −que voy a poner a título de ejemplo nada más− sirve para subrayar también el talante cívico de un país que, como nación, se comporta con la madurez y el sentido común que otros países, otras naciones, no parecen tener en estos tiempos turbulentos. Al contrario de lo que muchos piensan, en ese sentido el Uruguay también aparece saludablemente desacoplado del vecindario y de la región.
El ejemplo es la campaña “Vivir sin miedo”, impulsada por Jorge Larrañaga. Tras una larga y durísima batalla política con propios y ajenos, el senador Larrañaga está muy cerca de alcanzar las 270 mil firmas necesarias para poner a consideración del cuerpo electoral su reforma de la Constitución relacionada con la seguridad pública. Todo indica que Alianza Nacional presentará ante las autoridades competentes la cantidad de papeletas necesarias para habilitar el plebiscito. Después, por supuesto, habrá que ver cuántas de esas firmas son válidas.
No es mi intención volver a analizar las características de la propuesta, con la que estoy en radical desacuerdo. Pero sí quiero detenerme en el formidable empeño mostrado por el doctor Larrañaga para preparar, lanzar y sostener una iniciativa que desde un principio apareció como riesgosa, compleja y de resultado incierto.
A él hay que atribuirle la decisión de Alianza Nacional de jugar al todo o nada, y luego el acicate permanente a los recolectores de firmas, la presencia en ciudades y pueblos del interior, en barrios de Montevideo, en clubes, ferias, plazas y esquinas.
Es verdad que hay una gran cantidad de personas −entre ellos muchos militantes nacionalistas− movilizadas con ese objetivo, pero no es menos cierto que esos militantes, sin la presencia y la brega del propio Larrañaga, no hubieran tenido ninguna chance de conseguir las firmas necesarias.
Por supuesto que la campaña es relevante en sí misma, pero creo que también es útil para la república resaltar el esfuerzo y la voluntad de quienes se embarcaron en ella, y sobre todo el esfuerzo y la voluntad de su impulsor principal. Yo, que soy y seré siempre frenteamplista, y que en casi nada coincido con las ideas del doctor Larrañaga, veo sin embargo, en esa lucha para reformar la Constitución, una conducta inspiradora de la que todos deberíamos tomar nota.
Como hombre dedicado a la política, Jorge Larrañaga, vencedor unas veces y derrotado otras, con esta iniciativa ha logrado además volver a colocarse en las gateras, en una posición de disputa electoral que ya quisieran para sí otros dirigentes de su propio partido. Y lo ha hecho al viejo estilo, sin mucho paramento, bien lejos de la frivolidad tan en boga actualmente.
También me parece significativo el talante de la campaña, tanto de quienes llevan adelante la recolección de firmas como de aquellos que nos oponemos a esa reforma. Cada quien ha atendido su juego, y casi siempre con altura. Una propuesta para reformar la Constitución, nada menos, ha generado fuertes cruces, rispideces y debates, pero ningún episodio público de mala madera.
En lo personal, debo decirlo, la reforma propuesta me resulta excesiva, fuera de rango y de escaso impacto en un tema tan grave como la seguridad pública y el combate al delito. Pero estas críticas, en todo caso, no pueden soslayar el gesto cívico de la ciudadanía −tanto de quienes firmaron como de aquellos que no lo hemos hecho− ni la seriedad política y el tesón de su principal impulsor. Sea cual sea el resultado de la campaña “Vivir sin miedo”, creo que su sola existencia es un gran aporte a la vida democrática.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 31.10.2018